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Carlos Bramante

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Las tragedias se evitan con miradas amplias y colaborativas

La semana pasada, Paso de los Libres conmocionó a toda la provincia. Hubo lecturas rápidas y simplistas. Tampoco faltaron las condenas exprés.

La semana pasada se produjo el hallazgo de un niño de cuatro años enterrado y sin vida. Algo que parecía una pesadilla lejana y sólo conocida por crónicas escritas en los bolsones de pobreza que surcan el mundo y la Argentina.

Desde el vamos deberíamos comenzar a comprender que esa realidad también es nuestra. Para quienes hacen una lectura rápida de las noticias, pareciera que la única responsable es una madre de 19 años, que a pocas horas del hallazgo quedó detenida.

Al excluir el contexto que rodea a la familia estamos simplificando el caso y lo único que lograremos es que vuelva a repetirse. Con el avance de la investigación judicial y periodística surgieron datos para evitar lecturas apresuradas que nos confundan.

Según la fiscalía, el cuerpo no presentaría heridas traumáticas. Su muerte habría sido por la falta de agua y alimentos: un grave cuadro de inanición. Un sinónimo de desnutrición, palabra que los políticos prefieren obviar del diccionario porque delata su gestión deficiente para alimentar a los habitantes del "granero del mundo".

Si nos detenemos solamente en la culpabilidad de un madre joven que dio a luz a poco de cumplir 15 y quedó embarazada a meses de los 14, cometemos un grave error.

Es necesario preguntarnos por qué faltaban alimentos en ese hogar. Y las respuestas no son aquellas que reproducimos en redes sociales, los que llenamos un plato de comida todos los días y, más tarde, nos enfurecemos por falta de empatía con nuestros problemas.

Diario época publicó el viernes que el nene padecía una afección en su capacidad motriz. Fue atendido por médicos de la localidad fronteriza y de la ciudad de Corrientes. No se trataría de un cuadro repentino sino con un tiempo suficiente para encontrar soluciones, más allá de los libros de medicina.

También habló en Radio Dos el fiscal de la localidad, Facundo Sotelo, y advirtió que no tenía los cuidados necesarios. De ser así, estaríamos en presencia de un sistema que no encendió a tiempo las alarmas para atenderlo humanamente. O sino, algunos miraron al costado mientras el niño permanecía en una familia sin recursos y que sólo hace tres meses incorporó una hermanita.

El organigrama del Estado, ese mismo del que muchos se quejan por abultadas y onerosas ramas colmadas de cargos públicos, posee profesionales y encargados (casi nunca los mejores pagos) para detectar y administrar las medidas que prevengan tragedias como la de Paso de los Libres.

Seguramente las autoridades habrán iniciado una revisión para detectar posibles fallas. Ya se habrán preguntado por qué la medicina fue insuficiente para evitar el fatal desenlace. Incluso pregunto si, más allá de la madre, se acercaron a otros familiares para asistirlos frente a un cuadro que a cualquiera nos llevaría a cometer errores.

Se sabe que el nene, además de la mamá, vivía con la abuela sobre la que también pesa una carátula judicial con poco empatía. Se la considera testigo sospechosa por no dudar del relato de su hija al decirle que entregó al pequeño en adopción a una asistente social.

Necesitamos ser conscientes que la pobreza puede alterar los lazos sanguíneos más íntimos. Arroja a la empatía por la grieta de las necesidades que causa la lucha por la subsistencia entre recursos inexistentes. Y si los hubiera, y son mal administrados, hay organismo para ayudarlos a optimizar su uso.

Los hospitales públicos y sus consultorios no deben ser lugares de paso. Necesitan comprometerse con el paciente y, al no registrar mejorías, decir que algo está fallando. En este caso, podría haber sido una razón básica y a su vez letal: la falta de alimentación.

La Argentina hoy se enfrenta a una Canasta Básica que supera los 163 mil pesos. Un monto esquivo para miles de trabajadores sometidos a la "masacre" salarial provocada por la inflación, pero inaccesible para los sometidos a la desocupación.

Una realidad doméstica que incomoda a funcionarios y políticos que prefieren hablar de macroeconomía y otras "exquisitas" palabras que, sin darse cuenta, las alejan de los problemas de la gente.

Hoy los dirigentes se limitan a los márgenes de "la grieta" que divide a los argentinos (sin excluirnos a los correntinos). Nos crean una realidad virtual con opiniones, discursos y reproches que al de enfrente poco le interesa.

La única realidad que padecemos es la que sigue horadando los cimientos de un país bifurcado por la miopía dirigencial que hace décadas deja consecuencias. Y así, el nene de Paso de los Libres no será la única víctima de gestiones deficientes.

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