Ante cambios estructurales en el mapa político nacional
Junto a una larga serie de consecuencias negativas para la salud general del sistema político, la combinación entre adelantos de elecciones provinciales y el sistema de las primarias parecen haber comenzado a producir efectos positivos, seguramente no esperados ni deseados por sus inventores.

A pesar del esfuerzo de las cúpulas dirigentes tradicionales por sostener a toda costa el nivel de polarización ha comenzado a tropezar con obstáculos que lo atenúan. Un número creciente de líderes y organizaciones incentivadas por el sistema para participar en el ámbito tradicionalmente cerrado de la competencia electoral han comenzado a resistir la pretensión de las dirigencias tradicionales de continuar monopolizando la representación política.
Los casos de las provincias de Neuquén y Rio Negro y el botón de muestra de la ciudad de Trelew en Chubut proporcionan evidencias elocuentes al respecto. En el resto de las provincias y municipalidades y probablemente en el nivel nacional tienden a multiplicarse gestos de resistencia de quienes se aprestan a competir y asumir posiciones de independencia y ruptura, aun a costa de seguros castigos y represalias.
El premio de conectar con el descontento y la efervescencia de un electorado que demanda cambios sustanciales es demasiado tentador y emergen así nuevas alternativas que enriquecerán seguramente las opciones disponibles para una ciudadanía que demanda nuevos cauces de expresión.
Los casos se multiplican en todas las latitudes del mapa político. Desde la resistencia de los candidatos del PRO a la presión unificadora de las candidaturas en los grandes distritos hasta, en el extremo opuesto, la decisión de los movimientos sociales de explorar vías propias de organización fuera del abrigo del Frente de Todos. Un nuevo mapa de alianzas vuelve a expresar esta diversidad, expresión natural de una cultura política heterogénea y diversa.
La política real desborda el corsé impuesto artificialmente desde arriba por la lógica de la polarización. Se reacciona así contra la pretensión de trasladar la competencia democrática interna a la decisión general del electorado. Al cabo de seis experiencias consecutivas, el "invento argentino" de las PASO ha generado efectos exactamente opuestos. La lógica de la campaña permanente ha vaciado a la política de contenidos sustantivos. Los candidatos asumieron el control de sus respectivos espacios políticos e impusieron la lógica cortoplacista y excluyente de sus estrategias competitivas.
Lo peor es que el mal se extendió con rapidez al resto de las instituciones. La dinámica de la crispación ha terminado así por paralizar el Congreso, la justicia, la administración pública y ha desbordado incluso a ámbitos de la sociedad civil tradicionalmente neutrales, tales como la vida religiosa y académica, el deporte y, sobre todo, el periodismo y las redes sociales.
El mecanismo de las PASO fue pensado para proteger el esquema de competencia bipolar pactado entre las dos grandes coaliciones. Se intento resguardar el monopolio de la representación y desalentar la emergencia de aventuras políticas que pusieran en riesgo el empate hegemónico bipolar. Todo intento de abrir senderos alternativos, cultivar formas de democracia intra partidaria y alentar nuevas ideas y propuestas, quedo fuera del objetivo.
De lo que se trataba era de que algo cambiara para que, en el fondo, nada cambiara. Por la razón o por la fuerza. Si el látigo de las nuevas reglas no llegara a ser suficiente, allí estaba el complemento de la zanahoria de un sistema de financiamiento de características extraordinarias, casi sin precedentes en el derecho electoral comparado.
El nuevo sistema alentó así la emergencia de centenares de partidos unipersonales, pensados desde y para la competencia electoral de todos contra todos. A estas alturas, el número de partidos y alianzas supera, en los tres niveles jurisdiccional, casi al millar. Sin embargo, la política no solo no mejoro. Mas aun, se empobrece y su desprestigio social alcanza niveles difíciles inéditos. En poco más de diez años, ha generado incluso una oligarquía privilegiada, capaz hasta ahora de mantener un control férreo sobre los nuevos liderazgos emergentes.
La fragmentación incipiente del sistema que revelan elecciones como las de Neuquén y Rio Negro debe interpretarse como un resultado de la presión emergente de la Argentina real sobre la costra de las estructuras establecidas.
Cabe recordar que, hasta el estallido del sistema en el 2001, el formato de partidos evolucionaba más bien en el sentido de un "pluralismo moderado". Es decir, un sistema con dos grandes fuerzas que competían y disputaban el centro del sistema, acompañados hacia los costados por una constelación de fuerzas hacia la izquierda progresista y hacia el centro derecha entornados por un fenómeno importante de fuerzas políticas provinciales y una izquierda heterodoxa emergente
La salida de la crisis del 2001-2002, desencadeno el tránsito hacia un modelo de características muy diferentes, impulsado por la vocación hegemónica del peronismo.
La polarización que sufre la Argentina no es muy diferente sin embargo al resto de las democracias actuales. En el fondo, no se trata de una polarización afectiva, determinada por conflictos valorativos de fondo. Más bien al contrario: es una polarización ideológica, nacida de las pretensiones hegemónicas de las oligarquías dirigenciales en conflicto. No nace de abajo hacia arriba. Nace desde arriba, en las visiones y estrategias de acceso al poder y baja luego hacia la gente, forzando y extorsionando la desconfianza y el enfrentamiento. Es una polarización artera y utilitaria, imaginada e implementada desde las estrategias de la competencia política.
Los procesos electorales en marcha sugieren un desgaste de la Argentina bipolar. Emergen las diferencias y se profundizan los matices. Una sociedad que crece en autonomía e independencia exige cambios urgentes. Tiende a delinearse así un nuevo mapa político, impulsado por la fuerza emergente de una demanda social de nuevos equilibrios plurales. Los partidos tradicionales carecen de sensores y de mecanismos de administración y procesamiento efectivo de estas nuevas demandas.
El costo de estas carencias será importante. Elecciones como las del pasado domingo sugieren un futuro de incertidumbres profundas para la dirigencia tradicional.