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Enrique Zuleta Puceiro

Autor

OPINION

Los mercados jaquean una vez más al sistema político

Los mercados financieros y cambiarios jaquean una vez más al sistema político. Nada extraño ni ajeno a la experiencia de cualquier ciudadano de argentina o de cualquier otra sociedad del continente. Desde los comienzos de la transición democrática, hace cuarenta años, la desconfianza de los actores económicos hacia el funcionamiento de la política es un fenómeno recurrente.

Basta en efecto, recordar las dificultades del primer gobierno democrático a partir de 1983, obligado a centrar su atención en las emergencias desatadas por la deuda, sus respuestas tato en el Plan Austral como en ocasión de la primera gran hiperinflación de 1989. En el caso del gobierno de Carlos Menem, la segunda gran hiperinflación obligo a la estrategia de la convertibilidad y sus correlatos sobre la economía y la política.

La profundidad de las reformas estructurales no bastó, sin embargo, para neutralizar los embates de la economía global, desatados des México, Brasil y una larga serie de episodios que evidenciaron una de las grandes lecciones a tener en cuenta.

La primera la necesidad de desarrollar respuestas institucionales de largo plazo, de profundidad y calidad al menos equivalentes a las de las respuestas en el plano económico. Sin instituciones firmes y sin una política que anteponga los reflejos de cooperación a cualquier otro reflejo condicionado, las mejores intenciones y realizaciones económicas tenderán a esfumarse ante el viento en contra y la conspiración permanente de intereses no precisamente interesados en el desarrollo armónico de la sociedad.

Las turbulencias desatadas en el frente cambiario vuelven a plantear viejos interrogantes acerca de la capacidad del sistema institucional para adaptarse a las exigencias cada vez más complejas de democracias aun inacabadas, en las que el conflicto prima sobre la concertación.

Lo que falla no es la economía. Es siempre la política en su capacidad efectiva para superar antinomias, promover la cooperación y certificar el buen rumbo de los procesos de transformación. Nada nuevo bajo el sol. Cualquier observador atento y con alguna noción de la historia de estos años de transición ve reproducirse, en efecto, circunstancias ya vividas por el país en una larga serie de episodios similares vividos por el país a lo largo de sus 40 años de transición democrática. Sorprende por ello la incapacidad de sectores importantes de la dirigencia para capitalizar las lecciones de la experiencia vivida.

En el vaso de la política es algo que sorprende, toda vez que los principales actores y casi todos los candidatos de las fuerzas mayoritarias tienen más de treinta años de experiencia personal efectiva en la política. Casi todos vivieron la experiencia de Alfonsín y estuvieron activos en los años de Menem.

Muchos de ellos atravesaron por una larga y sinuosa experiencia de adaptación a casi todos los gobiernos. Por ello, nada excusa la ignorancia deliberada de los procesos que estamos viviendo y las lecciones que esa experiencia turbulente brinda a la política.

Por distintas que sean las circunstancias externas, los procesos económicos y los intereses en juego, los actores son más o menos los mismos. Una vez mas coaliciones frágiles, engendradas de apuro en función de necesidades electorales, tropiezan al llegar al gobierno con su incapacidad para articular el tipo de respuestas que impone la acción de gobierno.

La cuestión se agrava ante la ausencia de liderazgos fuertes, autónomos y con ideas y compromisos firmes. Este es, sin duda uno de los puntos más críticos. La clave está siempre en el liderazgo, entendido no como un rasgo de la personalidad de un conductor esclarecido reconocido por toda la sociedad, sino como una combinación de personas y equipos capaces de despertar confianza pro su capacidad de adaptación sensible y alerta ante los datos objetivos de la realidad

Con la renuncia a su candidatura a la reelección , el presidente Fernandez agrega un factor adicional de resentimiento social hacia la política. Nadie apostaba a su proyecto. Sin embargo, su despedida adopto más bien el tono de una renuncia a la presidencia. Su candidatura -como las de Cristina Kirchner y Mauricio Macri fue desde un principio una mera ficción ordenadora, construida para neutralizar el temido síndrome del "pato rengo", de oscura memoria en el país. Aun asi, una vez producida, la decisión parece haber desencadenado una cadena de efectos desproporcionadamente negativo sobre el gobierno.

En la percepción pública, a la parálisis de hace varios meses del Congreso y el poder judicial acaba de sumarse asi la del Poder Ejecutivo. La imagen inquietante de un Presidente aislado, sin energías, que declina seguir pilotando una crisis inmanejable.

La parálisis ha alcanzado en particular al gobierno. La presidencia ha quedado en muchos sentidos vacante, lo cual ha acentuado el vacío de poder, ante circunstancias excepcionales de necesidad y urgencia. La etapa que se abre será particularmente difícil, tanto para el gobierno como para la oposición, afectados por igual por el clima de escepticismo radical de una sociedad que sigue resistiendo acompañar todo intento de remontar la crisis.

El problema es que tampoco basta con los testimonios excepcionales. Forzado por las circunstancias, Sergio Massa redoblo sus esfuerzos para asumir en solitario una crisis de origen básicamente cambiaria pero que compromete y se proyecta con características sistémicas, alanzando tanto a la economía como la política. Los apoyos internos en la coalición de gobierno -incluida la propia Vicepresidenta- fueron en principio cautos pero firmes y la crítica opositora fue tambien en general comprensiva.

Ambas actitudes no bastaron sin embargo para tranquilizar a una opinión publica suspicaz y cada vez más desapegada de la política. Las tendencias de voto registraron una vez más y al igual que en semanas anteriores una situación de empate político.

Ambas coaliciones perdieron casi diez puntos cada una, pagando por igual un costo notable por su incapacidad para proyectar seguridades y certezas indispensables. El problema central es que no basta con definiciones de política económica, Lo que los mercados y la propia sociedad argentina demandan es precisamente un sentido mucho más firme de la orientación. Un saber que hacer y, sobre todo, como hacerlo.

En este contexto de fracaso, las ideas económicas de los candidatos importan tan poco como el ingenio teórico de sus economistas de cabecera. Lo que en verdad importa a la gente son los compromisos políticos efectivos de los dirigentes -políticos y no políticos-. Su credibilidad depende de su independencia de criterio y de su capacidad para sortear las mil trampas que el futro plantea a la política. La clave esta sin duda en una combinación cada vez más rara y escasa entre carácter personal y confianza social.

Una capacidad que permita superar las debilidades y capitalizar las fortalezas de un país que sigue funcionando, a pesar de las dificultades de la política para acompañar la marcha de la sociedad. Argentina funciona y marcha por andariveles de velocidad desigual.

A pesar de las cifras de inflación y pobreza, de niveles extraordinarios de desigualdad, la sociedad genera riqueza y proyecta escenarios de crecimiento a lo largo y a lo anche de toda la geografía del país. Como muestra de esta diversidad baste considerar que más de la mitad de las provincias aspira a desdoblar sus elecciones provinciales y municipales. Tratan asi de capitalizar, con inteligencia, sus ventajas relativas sobre el conjunto.

Tratan, hasta ahora con éxito, de proteger sus delicados equilibrios políticos internos del efecto contaminante de la crisis nacional. Esta es sin duda una muestra elocuente de que el sistema funciona. La mayoría de las provincias han podido sustraerse en gran medida del efecto contaminante de la política nacional, ya casi definidamente "conurbanizada".

A cuarenta años de la transición, la sociedad resiste. El sistema político funcional mal en aspectos esenciales, pero aun asi, funciona. La Argentina de las provincias ofrece ejemplos palpables de esta resiliencia estructural del país frente a la recurrencia de periódica del golpe de los mercados. Las provincias votan, defienden sus equilibrios, desarrollan oportunidades y se defienden de la polarización que se intenta inducir desde las usinas nacionales.

De allí, la ambigüedad esencial de las tendencias electorales y la tendencia irrefrenable del sistema a establecer situaciones de empate permanente, como la que comienza a perfilarse de cara al inminente proceso electoral.

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